El Evangelio, en efecto, nos muestra a Jesús de Nazaret, el Mesías-Servidor, que vive y actúa como un profeta popular, humilde y motivo de contradicción, que habla con Dios en una intimidad nunca vista, que acoge a los marginados y come con los pecadores. En medio de su pueblo, él no es Maestro de la Ley, no es del movimiento fariseo ni de los sacerdotes del templo, no es Autoridad religiosa. Él es un "laico" de pueblo humilde, y de los mismos convoca a sus discípulos.
En su camino con ellos, Jesús educa a sus discípulos a la hermandad igualitaria, al perdón y el servicio mutuo, al compañerismo en la misión. Al revés de los fariseos, les inculca que ellos tienen un solo Padre y un solo Maestro. Al revés de los sacerdotes, les muestra a un Dios que nos dice: "Misericordia quiero, y no sacrificios", Al revés de los gobernantes, les enseña que ocupar el primer puesto es sentir y actuar como el sirviente.
Desde Pentecostés, en todo el Nuevo Testamento aparecen comunidades fraternas en convivencia sencilla y cálida y compartiendo con los mas pobres; donde todos y cada uno son testigos y profetas, orantes inspirados y servidores, con variedad de carismas y ministerios. Allí se reconoce la autoridad de los apóstoles: por haber caminado con Jesús, y por ser, con las mujeres, los primeros testigos de su resurrección; por recibir ellos del Resucitado un especial encargo de confirmar y pastorear a los hermanos e ir delante en la misión. Pero el espíritu de amor fraterno, de oración y profecía, se derrama en todos: hombres y mujeres, ancianos y jovenes, judíos y extranjeros. Con el concurso de todos se construye comunidad, testigo y misionera, cuerpo visible de Cristo en el mundo.
El mismo Jesucristo, crucificado y resucitado, es presentado en el Nuevo Testamento como el único Sacerdote de la Nueva Alianza, que hace inútiles al clero mediador y el culto separado de la Antigua. Por eso, el Nuevo Pueblo de Dios en Jesucristo tiene todo entero acceso directo al Padre y es entero consagrado como Pueblo profético, sacerdotal y real. Por eso el cristianismo primitivo se extiende entre los pueblos como una religión sin castas ni discriminaciones, sin templo ni sacerdotes, donde los ministerios más importantes son los del anuncio del Evangelio: para el "culto" de la vida cotidiana y la salvación del mundo.
Con este horizonte evangélico y recogiendo el anhelo del pueblo de Santiago, tenemos que recuperar entre nosotros el estilo y las estructuras de una Iglesia fraternal y comunitaria, entera carismática, ministerial y misionera. Donde opiniones, iniciativas y tareas, sean acogidas y animadas, y coordinadas flexiblemente por "pastores humildes y cercanos, hermanos y servidores de sus comunidades" (Sto. Domingo). Donde la deliberación colegial y el discernimiento comunitario sean practicados en todos los niveles, a fin de "resolver en común las cosas más importantes contrastándolas con el parecer de muchos" (Vaticano II)
Sólo así podemos como Iglesia ser luz y sal del Evangelio, en esta enorme ciudad tan marcada por el individualismo, la división y la injusticia; tan herida por la imposición de quienes concentran los bienes materiales, el conocimiento y las decisiones.
¡muchas gracias!
(fragmento) R.Muñoz sscc, sacerdote catolico